Con la vuelta de las vacaciones a más de uno nos cuesta iniciar en septiembre nuestras rutinas y hábitos. La tendencia a posponer obligaciones tiene más que ver con la gestión emocional que con la holgazanería.
Septiembre se ha convertido en el nuevo Año Nuevo, ya que con la vuelta al trabajo o al nuevo curso se empieza a elaborar una lista de buenos propósitos que realizar durante el año. Uno de esos propósitos suele tener como objetivo el llevar las cosas al día, y como dice el refrán “no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy”. Este propósito es difícil de cumplir, ya que es muy fácil posponer tareas que no nos apetecen hacer. A corto plazo nos produce satisfacción, ya que ese tiempo lo dedicaremos a otras actividades de ocio. Pero a la larga nos producirán estrés y ansiedad, por no disponer del tiempo suficiente para realizarlas.
Ese posponer las cosas se llama procrastinación, y recientes estudios en psicología sugieren que no se produce por mera vagancia, sino que tiene que ver con problemas de gestión emocional. Cuando nuestro lado emocional le gana el pulso al racional se produce la procrastinación.
Para evitar estas situaciones, el primer paso que hay que llevar a cabo es dividir el trabajo en pequeñas tareas asequibles y después priorizar. Así, tenemos claro que es lo que tenemos que hacer, y para cuando. Para ello, nos podemos ayudar de horarios y rutinas, que poco a poco generan hábitos que nos ayudan a conseguir lo que queremos.
Para saber más sobre este tema, accede al artículo completo en:
https://www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20190903/464261375072/fin-procrastinar-claves-centrarte-tareas.html?fbclid=IwAR0Nt3uGpsqI3IGsMp1US7sEpHkmjYq6Hy0g9Wc3B4l_ZIfou7EZ80rtm-Y